miércoles, 18 de enero de 2012

Amante de la vida en prácticas

Es curioso como las cosas más estúpidas y sencillas pueden proporcionarte grandes lecciones de vida; lecciones que luego resultan ser cruciales para afrontar momentos que sí son definitivos e importantes.

Si alguna vez habéis leído antes mi blog, sabréis como odio la informática y todo lo que la atañe, como me hace perder los nervios y es especialista en sacar lo peor de mi. Pues bien, eso no es todo lo que produce en mi este saber del siglo XX, también es capaz de hacerme vivir con miedo y despertar en mi grandes terrores como... ¡qué sé yo! el hecho de perder mi conexión a internet, ¿¿¿no es eso terrible???

Desde hace unos meses dicha conexión funciona a través de cable: si no estoy enchufado, no tengo internet, es así de sencillo. Pero lo que no fue sencillo fue configurar esta conexión. El primer día me pasé horas haciéndolo, y sí, para alguien como yo, fue algo agotador, terrible, agonizante... de manera que en ese momento desee no tener que hacerlo de nuevo nunca jamás. Así que condené a mi ordenador portátil a convertirse en un ordenador de despacho, perdiendo así su función de portabilidad, solo por el miedo que me producía pasar por lo mismo que pasé la primera vez si se me ocurría desconectarlo del cable para moverlo de sitio.

Asumí esa digievolución de mi portátil de la mejor forma que pude (¡Cómo me gusta exagerar! en el fondo no fue tan duro... tengo otro mini-portátil que podía usar para ir a la uni), sea como fure mi vida se vió informáticamente agitada de nuevo: mi ahora ordenador de despacho sufrió un virus, una enfermedad, un constipado, llámalo como quieras, lo importante de esto es saber que la maldita conexión a internet no funcionaba bien... así que, después de hacer todo lo posible para arreglarlo ( que seguramente fue menos de lo que podría haber hecho), enloquecí y en un momento de  extrema desesperación ¡tiré del cable! sí, lo hicé, lo desconecté: encefalograma plano.

Después de esto, y para mi sorpresa, configurarlo una vez más no fue tan duro, y descubrí que podía enchufarlo y desenchufarlo a mi antojo sin consecuencias devastadoras, ¡¡mi ordenador de despacho podía volver a ser un portátil!! Me arriesgué, pero lo conseguí.

Es como si la vida nos ofreciera esos momentos de prácticas en los que no corremos peligro alguno si nuestra decisión es errónea, pero al mismo tiempo nos brinda la oportunidad de poner en práctica lo aprendido. Esas prácticas nos sirven para acumular experiencia, para aprender y para que cuando llegue el momento sepamos si hay que cortar el cable rojo o el azul.

¡Qué fantástica es la vida! ¡Qué gran regalo de Dios! La vida nos hace las preguntas, nos pone interrogantes, pero, si somos algo avispados, si aprendemos a buscar, también nos da las respuestas y los signos de exclamación, para que nuestras afirmaciones sean potentes y audibles.

¿No te mueres de ganas por saber cuál será la siguiente lección?