jueves, 9 de agosto de 2012

Mamá, quiero ser director de campaña, ¡de mi propia campaña!

Mentiría si dijera  que este año no ha sido un año de grandes cambios. Todo eso a lo que estaba acostumbrado desde que nací, el ambiente que me rodeaba, las personas de mi entorno o  hasta algo tan simple como las horas a las que comía, todo eso ha sido totalmente modificado en estos últimos meses, más especialmente los dos últimos. Era, y soy  consciente de mi capacidad de adaptación al entorno, pero no sabía que hasta podría ser casi maleable.

Desde hace poco, me he visto envuelto en un evento de grandes dimensiones, algo que tiene lugar cada cuatro años y que, en cierto modo, es capaz de llamar la atención de la población del mundo entero, y no, no son las elecciones presidenciales  de los Estados Unidos, son los Juegos Olímpicos.

Os aseguro que mi colaboración en estos, es la más mínima, apenes perceptible, tanto es así como que me limito a servir cafés y pastitas a los periodistas que sí se encargan de que todo el mundo se entere de lo que allí, en el parque olímpico, está pasando.

Pero sí os diré que, cual hormiguita que entra a su nido, el hecho de poder entrar en ese titánico parque olímpico me ha permitido hacerme una idea de la magnitud de este evento y, como tantas otras cosas en los tiempos que corren, diré, también, que el dinero mueve montañas, o quizás más adecuado para este caso: los patrocinadores mueven parques olímpicos.

 No es mi intención para nada hacer una crítica social al modo de financiación de eventos masivos que venden ilusión a sus consumidores: la política y las finanzas son algo que, por suerte, se escapa de mis manos por completo, y tampoco es mi intención ensombrecer la reputación de algo que mueve naciones, aunque lo dicho, dicho está.

Pero hay otro aspecto de todo este montaje que me llama más la atención, y entiéndase montaje como sinónimo de despliegue.  Y es que, como comentaba en lo alto de estas líneas, me asombra el poder y el control que ejercen los patrocinadores en el conjunto del evento en sí: Me asombra como no es posible conseguir un zumo de naranja natural en el Parque porque solo es posible beber las bebidas que la casa Coca-Cola te ofrece (por suerte en la variedad de brebajes de la marca se encuentra un smoothie de naranja…); me asombra como no es posible encontrar un simple plato de patatas fritas en el Parque porque solo McDonalds tiene el derecho a venderlas (afortunadamente, si las cortas un poco más grandes y les dejas la piel, puedes hacer creer que no son patatas fritas y venderlas igualmente);  me deja perplejo también como no es posible moverse por el Parque con ropa que tenga estampada en grande alguna marca que no ha contribuido al “despliegue” (pero tranquilo, eso solo te pasa si trabajas allí, y tranquilo una vez más, si te olvidas, alguien vendrá, amablemente, a decirte que lo tapes o te lo tapan).  Y así podría seguir con algunos ejemplos más, como que solo se vean BMW en el recinto o pobre al que se le ocurra llevar una MasterCard al interior… El Parque “se enorgullece de solo aceptar VISA”, ese es literalmente el eslogan.  

Puedo sonar algo frívolo, pero hasta a esto le saqué algo positivo que me hizo pensar. Fue justamente un eslogan cuya marca, curiosamente, no recuerdo, el que me hizo dar cuenta de la fuerza de la publicidad y, en ocasiones, sus intenciones escondidas. Ese eslogan dice así, y traduzco literalmente: “Solucionismo. El  nuevo positivismo.”

En el momento en el que leí eso,  todas esas ideas sobre la publicidad y mis ansias por mantener una actitud positiva ante la vida se encontraron cara a cara. Un eslogan publicitario me hizo sonreír porque no podría estar más de acuerdo con eso que leía, con esa actitud de vida que intenta buscar una solución para cualquier problema que pueda surgir, siendo así una nueva definición para el término positivismo.  Algo que, tras múltiples dificultades en el intento de adaptación a esta, la ciudad de las olimpiadas, me venía como anillo al dedo.

 ¿A dónde quiero llegar con todo esto? Pues he decidido que quiero llegar a ser el presidente de la campaña publicitaria de mi vida. Quiero controlar todo lo que en ella pase, que nada escape de mis manos, y si pasara, remediarlo. Quiero dirigir todos y cada uno de los pasos que haga y también quiero supervisar todas las decisiones que se tomen. Quiero lanzar una campaña publicitaria totalmente positiva que me influya en todos los aspectos de mi vida y que me anime a seguir adelante con esa mentalidad. Eso sí, en mi campaña no se valdrán las falsas apariencias ni las dobles intenciones, dejemos eso para los hipócritas y los interesados, ¡Ah! Y quiero ser una marca blanca, la competencia me importa poco, conseguir mi objetivo me interesa más.