Desde
hace poco, me he visto envuelto en un evento de grandes dimensiones, algo que
tiene lugar cada cuatro años y que, en cierto modo, es capaz de llamar la
atención de la población del mundo entero, y no, no son las elecciones
presidenciales de los Estados Unidos,
son los Juegos Olímpicos.
Os
aseguro que mi colaboración en estos, es la más mínima, apenes perceptible,
tanto es así como que me limito a servir cafés y pastitas a los periodistas que
sí se encargan de que todo el mundo se entere de lo que allí, en el parque
olímpico, está pasando.
Pero sí
os diré que, cual hormiguita que entra a su nido, el hecho de poder entrar en
ese titánico parque olímpico me ha permitido hacerme una idea de la magnitud de
este evento y, como tantas otras cosas en los tiempos que corren, diré, también,
que el dinero mueve montañas, o quizás más adecuado para este caso: los
patrocinadores mueven parques olímpicos.
No es mi intención para nada hacer una crítica
social al modo de financiación de eventos masivos que venden ilusión a sus
consumidores: la política y las finanzas son algo que, por suerte, se escapa de
mis manos por completo, y tampoco es mi intención ensombrecer la reputación de
algo que mueve naciones, aunque lo dicho, dicho está.
Pero
hay otro aspecto de todo este montaje que me llama más la atención, y entiéndase
montaje como sinónimo de despliegue. Y es
que, como comentaba en lo alto de estas líneas, me asombra el poder y el
control que ejercen los patrocinadores en el conjunto del evento en sí: Me
asombra como no es posible conseguir un zumo de naranja natural en el Parque
porque solo es posible beber las bebidas que la casa Coca-Cola te ofrece (por
suerte en la variedad de brebajes de la marca se encuentra un smoothie de naranja…); me asombra como
no es posible encontrar un simple plato de patatas fritas en el Parque porque
solo McDonalds tiene el derecho a venderlas (afortunadamente, si las cortas un
poco más grandes y les dejas la piel, puedes hacer creer que no son patatas
fritas y venderlas igualmente); me deja
perplejo también como no es posible moverse por el Parque con ropa que tenga estampada
en grande alguna marca que no ha contribuido al “despliegue” (pero tranquilo,
eso solo te pasa si trabajas allí, y tranquilo una vez más, si te olvidas,
alguien vendrá, amablemente, a decirte que lo tapes o te lo tapan). Y así podría seguir con algunos ejemplos más,
como que solo se vean BMW en el recinto o pobre al que se le ocurra llevar una
MasterCard al interior… El Parque “se enorgullece de solo aceptar VISA”, ese es
literalmente el eslogan.
Puedo
sonar algo frívolo, pero hasta a esto le saqué algo positivo que me hizo pensar.
Fue justamente un eslogan cuya marca, curiosamente, no recuerdo, el que me hizo
dar cuenta de la fuerza de la publicidad y, en ocasiones, sus intenciones escondidas. Ese
eslogan dice así, y traduzco literalmente: “Solucionismo. El nuevo positivismo.”
En el
momento en el que leí eso, todas esas
ideas sobre la publicidad y mis ansias por mantener una actitud positiva ante
la vida se encontraron cara a cara. Un eslogan publicitario me hizo sonreír
porque no podría estar más de acuerdo con eso que leía, con esa actitud de vida
que intenta buscar una solución para cualquier problema que pueda surgir,
siendo así una nueva definición para el término positivismo. Algo que, tras múltiples dificultades en el
intento de adaptación a esta, la ciudad de las olimpiadas, me venía como anillo
al dedo.
¿A dónde quiero llegar con todo esto? Pues he
decidido que quiero llegar a ser el presidente de la campaña publicitaria de mi
vida. Quiero controlar todo lo que en ella pase, que nada escape de mis manos,
y si pasara, remediarlo. Quiero dirigir todos y cada uno de los pasos que haga
y también quiero supervisar todas las decisiones que se tomen. Quiero lanzar
una campaña publicitaria totalmente positiva que me influya en todos los
aspectos de mi vida y que me anime a seguir adelante con esa mentalidad. Eso
sí, en mi campaña no se valdrán las falsas apariencias ni las dobles
intenciones, dejemos eso para los hipócritas y los interesados, ¡Ah! Y quiero
ser una marca blanca, la competencia me importa poco, conseguir mi objetivo me
interesa más.