jueves, 29 de agosto de 2013

La ignorancia, el mal que pasa desapercibido

Hola,  mi nombre es Abel, soy europeo y sufro de choque cultural.

Esta es mi historia:

Imagina un lugar donde el saber estar no tiene importancia; un lugar donde las buenas maneras no tienen cabida y donde cualquiera de tus aptitudes de europeo bien educado no causan efecto alguno. Imagina que no puedes abrir el cajón interno en el que has depositado durante años un gran arsenal de normas de protocolo y compostura, porque no sirven, e imagina que el trío léxico sagrado del campo semántico de la educación (disculpa, por favor y gracias) no tiene nada de sacro. Pero imagina, además, que desconoces por completo cómo funcionan las cosas en el lugar en el que te encuentras y que no haces más que interpretar de forma errónea la gran mayoría de sucesos que tienen lugar a tu alrededor.

¿Cómo te sentirías? ¿Descolocado? ¿Desubicado? ¿En choque?

Pues bien, esos son algunos de los indicios del archiconocido “choque cultural”, un mal cuyos síntomas pueden afectar a todo ciudadano del mundo que cruce los límites de su marco cultural, que se aleje de su círculo de comodidad. Son los síntomas que ya sentí desde el momento en que pisé el aeropuerto del país que me hizo sentir ese choque cultural.

Aunque… pensándolo mejor, no debería llamarlo “mal”. Ahora que vuelvo a estar en mi círculo de comodidad, ahora que estoy “a salvo” me doy cuenta de que el choque cultural debería ser la prescripción médica que todo facultativo recetara para sanar el verdadero mal que es la ignorancia.

Estas vacaciones me he automedicado y en mi receta se leía “África”. Bueno, África es el medicamento genérico, yo he tomado Guinea Ecuatorial.

Lo cierto es que podría escribir muchas cosas justo ahora que empiezo a recuperarme de mi ignorancia aguda. Podría hablar de los colores que he visto, a los que todavía no puedo asignar nombre. De los sabores que jamás había probado, o incluso de los olores que he sentido. También podría hablar sobre las gentes, de la dura piel de los guineanos, de la fortaleza de los niños o de la gran sinceridad que habita en los ciudadanos de Evinayong, pero mi propio idioma se queda corto para definir con precisión los verdaderos colores, sabores y texturas que he experimentado con mi tratamiento, y me faltan adjetivos para definir a las personas que se han puesto en mi camino, un camino de tierra roja. 

Mi mente aun está procesando todos los estímulos a los que mis sentidos la han expuesto.
Hasta el motivo que me ha llevado a Guinea ha cobrado otro sentido: yo iba a enseñar y he vuelto enseñado.

África; una gran desconocida para muchos pero de la que todos creemos saberlo todo: África es gente pobre que sufre mucho a la que debemos ayudar, creemos. Pero sinceramente pienso que los que necesitamos ayuda somos nosotros. 

Una sociedad en la que las preocupaciones se basan en cubrir necesidades que nosotros mismos hemos inventado no puede estar sana del todo. Una sociedad en la que existen Ni-Nis debe de estar mal a la fuerza. Un lugar en el que importa más tu foto de perfil que la verdadera imagen que das tiene que estar infectado.

Yo iba a ayudar, y me han ayudado a mí. Me han ayudado a ver la realidad, a ver lo que el ser humano es capaz de hacer y hasta dónde puede llegar si le quitas esas cuatro cosas que nos tienen encadenados por aquí arriba, en tierras “desarrolladas”. Me han enseñado el valor del esfuerzo. Me han enseñado que la fortaleza no es una cuestión de edad y que aún existen niños con esa chispa de inocencia en los ojos, que respetan a los adultos y que escuchan lo que tienes que decir porque no tienen una Nintendo DS© a la que están enganchados.

Sí, he visto pobreza, he visto gente que lo pasa mal, y he visto gente que necesita ayuda, pero porque lo he visto con mis ojos de europeo, que no conciben una cabaña como una vivienda digna, que si se pincha con una chincheta se cree que siente un gran dolor y que se cree que su forma de vida es la más válida. 

No es mi intención adoctrinar a nadie. No es mi intención decir que aquí todo es malo y allí todo es bueno. No tengo ninguna pretensión, solo digo que a veces es necesario desaprender para poder aprender y que para ver bien, hay que lavarse la cara. 

África: sin frío. África; aún tiene mucho que mostrar.


domingo, 21 de abril de 2013

La mentira no es un recurso literario


Sé que puedo aburrir si hablo de literatura. Voy a correr ese riesgo.

No es lo mismo decir: 
“Mientras el momento se alargaba,  se creó un silencio incomodo” 
que: 
“En ese instante eterno, el silencio fue atronador”.  

Cambia la cosa, ¿Eh?

Conozco a muchos que se definen como apasionados de la literatura, o que quizás lo sean sin saberlo. Son esa clase de personas que siempre están leyendo un libro, y que antes de acabarlo ya tienen en mente cual será el siguiente. Esos que convierten una conversación sobre un libro en una reunión literaria improvisada; personas con un delicado sentido para la prosa y la poesía y que, casi siempre, gozan de gran destreza con el uso de la pluma. No puedo evitar pensar en mi hermana al escribir estas líneas, creo que es la única persona que conozco que es capaz de leerse 7 libros a la vez, y no, no es una hipérbole, mi hermana tiene en su mesita de noche una torre de libros que, antes de irse a la cama, ataca sin piedad.

Mi hermana y yo siempre hemos sido polos opuestos, quizás por eso nos queremos con locura, y quizás también, por eso de compensar, yo, por no tener, no tengo ni mesita de noche. Bueno, quizás ahora sí exagero un poco: me gusta leer, mucho,  pero más que un apasionado de la literatura me considero un sibarita literario, porque soy muy exquisito: no lo leo todo, ni todo me atrae, ni todo me aporta algo, y sí, si un libro me aburre, lo dejo a medias,  sin más, sin escrúpulos y sin remordimiento alguno.

Lo que sí me gusta son los recursos literarios. Insisto, mis conocimientos literarios no destacan por encima de la media, ni me dedico a contar la métrica de los poemas, o fijarme en si tienen rima asonante o consonante, básicamente porque no leo poesía, porque no me gusta, y no me acompleja, dicen que para gustos, colores. Soy más de prosa.

Decía que lo que sí me gusta son los recursos literarios, porque son lo único por lo que leería poesía, porque embellecen las frases, porque dan fuerza a las ideas plasmadas en palabras y porque mantienen tu mente en activo.

Recuerdo con mucho cariño una asignatura que cursé hace ya mucho. Era una asignatura de muy pocos créditos en la que se te introducía a la literatura. Me dio los conocimientos básicos como para ir por el mundo sabiendo distinguir la ironía de la sátira;  la comparación de la metáfora o una hipérbole de un hipérbaton. Me encantaba aprender recursos literarios nuevos, porque, al fin y al cabo, si uno tiene recursos en esta vida, las opciones de supervivencia siempre son mayores.

                “En ese instante eterno, el silencio fue atronador”.

Bello, ¿eh? Se trata de un oxímoron  y tiene la capacidad de alargar un instante para siempre o de poner sonido a un silencio. Cosas como esta son las que hacen que, sin ser un literato, me guste la literatura, me gusten los recursos literarios.

Pero hace poco me vi envuelto en una situación curiosa, relacionada también con recursos. Estaba entre un grupo de gente, no muy numeroso, y una de las personas que allí se encontraba invocó a las mentes del resto de los integrantes para ayudarla a encontrar un recurso. Necesitaba poner una excusa a alguien y no se le ocurría ninguna.

- ¡Ayudadme!- dijo.
- No tiene recursos para afrontar esta situación.- pensé.

Pero sí, sí los tenía. Rápidamente encontró la solución a su problema. Mintió. No hay duda de que hizo uso de la imaginación y la creatividad, eso no lo niego, pero la mentira no es un recurso literario, porque no embellece, todo lo contrario.

No se trata de un pecado capital, es lo que todos conocemos como una “mentirijilla” y está socialmente aceptado, pero ¿no es eso en realidad un eufemismo? ¿No sigue siendo una mentira en toda regla?

Esa situación me hizo pensar, y aquí estoy.

¿Por qué la mentira es el primer recurso que nos viene a la cabeza cuando tenemos que salir de una situación más o menos comprometida? ¿Qué pasa con el uso de la verdad? La verdad nos hace libres, ¿no?

Últimamente, y des de ese día, soy algo más analítico conmigo mismo. Seré sincero y diré que en muchas ocasiones he puesto excusas, vamos, que he dicho mentirijillas. Pero ahora soy consciente de la capacidad que tienen los recursos que usamos para cambiar el aspecto de las cosas, o de las consciencias.

El ser humano tiene facilidad para sentirse atraído por lo que es bello, quizás por eso, sin ser un amante empedernido de la poesía, me gustan los recursos literarios, porque embellecen. La mentira no lo hace. Yo he decidido optar
por la verdad, ¿Qué recursos usas tu?

domingo, 17 de marzo de 2013

La vida no son cuatro días


Me gustaría saber quién fue el primero que dijo que la vida son cuatros días y que me explicara cómo llevaba las matemáticas, porque a mí no me salen las cuentas; será porque soy de letras... (Siempre me ha gustado usar esa frase, exime mis carencias en cálculo mental, no tengo ni que dar explicaciones a nadie por el hecho de que sigo usando los deditos para calcular el cambio que me debe la panadera).

Sea como fuere, la vida no son cuatro días. Permitidme que me tome la licencia de repasar algunos datos:

Según The world Factbook (y leed bien, que pone FACTbook, no FACEbook), que es algo así como un recopilatorio de la CIA con datos fríos y objetivos sobre distintos países (ahí va el enlace para los poco crédulos: https://www.cia.gov/library/publications/the-world-factbook/fields/2102.html), la esperanza media de vida hasta 2012 en España era de 81,27 años; donde la esperanza media de vida de las mujeres está algo por encima de la de los hombres (84,47 años M vs. 78,26 H).

Teniendo en cuenta que un año son 365 días y que, yo por ser hombre, tengo una esperanza media de vida de 78,26 años, mi vida, aproximadamente, no serán cuatro días, serán 29.663,55 (tranquilos, he usado la calculadora, ¡No hay dedos a contar eso!), un cálculo que no tiene en cuenta los años bisiestos, lo que añadiría al contador de mi vida un día más cada cuatro años; pero contar eso ya se me hace difícil hasta con calculadora.

Partiendo de esa base, no de la que me cuestan los números, sino de la que dice que la vida promedia de un español es de casi 30.000 días, ¿Por qué empeñarse en reducirla a 4 y tener que vivir rápido y por encima?

Hay una cita que expresa mucho mejor lo que quiero explicar y que además me encanta. Se encuentra en un libro casi tan odiado como querido, pero del que nadie debería poner en tela de juicio la sabiduría o las enseñanzas que en él se hallan. Efectivamente, hablo de la Biblia, concretamente de Eclesiastés 3: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora”.

Imagino que a estas alturas ya habréis captado mi mensaje. Tengo la sensación de que con frecuencia nos empeñamos a vivirlo todo al máximo, con gran intensidad, que está muy bien, pero el problema está cuando vivimos como si no hubiera un mañana, porque resulta que el sol siempre acaba saliendo, y pone luz sobre todo lo que hiciste ayer. Vivimos con celeridad, apresurados, rápidamente, sobretodo rápidamente,  antes de que se acabe… ¿Antes de que se acabe el qué?

Así lo veo yo: La vida no son cuatro días, la vida, ¡Gracias a Dios!, son muchos días en los que vamos a tener tiempo para todo. No apreciaríamos igual los momentos de felicidad si antes no hemos tenido tiempo para llorar un poco. No sabríamos disfrutar de los momentos de bienestar si nunca hemos pasado dificultades. O puede ser que atravieses un mal momento, pero debes saber que eso solo será durante una determinada fracción del total de los días de tu vida. Ve con cuidado, no te acomodes, porque también se puede aplicar la fórmula al revés.

No se nace aprendido, pero tienes toda una vida para aprender. No te avances, todos los cursos de la vida son necesarios, no dejes que la prisa te lleve a un curso para el que no estás preparado para afrontar. Todo tiene su momento, todo tiene su tiempo.

Tengo 8.120 días de edad. Aún me quedan algunos miles de días por vivir. No me digas que  me de prisa y que viva sin profundidad, porque la vida no son cuatro días. 

lunes, 4 de febrero de 2013

Gotes


Tenia un vas a la mà, però una gota l’ha fet vessar. Sí, només n’ha calgut una per a fer-lo vessar.

Al mullar-me, he pres consciència per primera vegada del impacte que pot provocar una sola gota en un vas; potser perquè mai abans havia pensat en l'impacte que poden provocar les coses menudes en les nostres vides.

Penso que fins a cert punt és normal que les coses petites passin desapercebudes, però que no les notem no vol dir que no hi siguin, que no causin un efecte. I de “coses petites” n’hi ha moltes: petits gestos, petites actituds, petits vicis... Penso que tendim a subestimar la força de les miques, i potser hauríem d’anar més amb compte perquè amb una sola gota n’hi ha prou per a fer vessar tot un vas. Potser un sol acte, per petit que sigui, també pot provocar grans canvis. No hi ha dubte que tot suma.

I no és pas res nou, tot això, ja ho han dit sempre: que de mica en mica, gota a gota, s’omple la pica. Potser el problema és que no ens n’adonem fins que la pica és plena, i de vegades d’aigua ben bruta!

Doncs a la vida ens passa com amb les piques, o com amb els vasos. Nosaltres mateixos som recipients oberts, susceptibles de ser omplerts. Som quelcom que pot contenir tantes coses com formes adoptar. Gota a gota, de mica en mica, les substàncies que hi ha al nostre voltant ens van omplint, però no en som conscients fins que no hi cap ni gota. I si acabem per vessar, és perquè ja hi havia alguna cosa a dins.

Però, al cap i a la fi, els recipients s’han fet per a contenir coses... segurament el que cal plantejar-se és què hi contenen, i què passa, o què cal fer, si vessen, no?

Resulta que nosaltres som qui decideix què beure i, també, som el resultat de l’efecte que ens causi la beguda que prenem. Alhora, serem els responsables de netejar el bassal que farem si vessem la copa.

Sóc partidari de les bones mesures: en petites dosis tot és bo, a més els excessos sovint porten maldecaps. Però aquí és quan entra en joc el perill de “les coses petites”, aquelles que passen desapercebudes: si omplim els gots amb allò que no ens convé, encara que sigui en petites dosis, al final el got s’omple igual, més tard o més d’hora, però s’omple, i com sempre, només en serem conscients quan no hi cap res més, o pitjor, quan vessa.  

Caldrà netejar el merder, però no està tot perdut. Quan el vas vessa, fins que no es trenqui, que s’acaba trencant, tenim l’oportunitat d’omplir-lo de nou. Això sí, tu has d’escollir amb quines gotes... pensa que totes sumen.