Hola, mi nombre es Abel, soy europeo
y sufro de choque cultural.
Esta es mi historia:
Imagina un lugar donde el saber estar no tiene importancia; un lugar donde
las buenas maneras no tienen cabida y donde cualquiera de tus aptitudes de
europeo bien educado no causan efecto alguno. Imagina que no puedes abrir el
cajón interno en el que has depositado durante años un gran arsenal de normas
de protocolo y compostura, porque no sirven, e imagina que el trío léxico sagrado del campo semántico de la
educación (disculpa, por favor y gracias) no tiene nada de sacro. Pero imagina,
además, que desconoces por completo cómo funcionan las cosas en el lugar en el
que te encuentras y que no haces más que interpretar de forma errónea la gran
mayoría de sucesos que tienen lugar a tu alrededor.
¿Cómo te sentirías? ¿Descolocado? ¿Desubicado? ¿En choque?
Pues bien, esos son algunos de los indicios del archiconocido “choque
cultural”, un mal cuyos síntomas pueden afectar a todo ciudadano del mundo que
cruce los límites de su marco cultural, que se aleje de su círculo de comodidad.
Son los síntomas que ya sentí desde el momento en que pisé el aeropuerto del
país que me hizo sentir ese choque cultural.
Aunque… pensándolo mejor, no debería llamarlo “mal”. Ahora que vuelvo a
estar en mi círculo de comodidad, ahora que estoy “a salvo” me doy cuenta de
que el choque cultural debería ser la prescripción médica que todo facultativo
recetara para sanar el verdadero mal que es la ignorancia.
Estas vacaciones me he automedicado y en mi receta se leía “África”. Bueno,
África es el medicamento genérico, yo he tomado Guinea Ecuatorial.
Lo cierto es que podría escribir muchas cosas justo ahora que empiezo a
recuperarme de mi ignorancia aguda. Podría hablar de los colores que he visto, a los que todavía no puedo asignar nombre. De los sabores que jamás había probado, o incluso de los olores que he sentido. También podría hablar sobre las gentes, de la dura piel
de los guineanos, de la fortaleza de los niños o de la gran sinceridad que
habita en los ciudadanos de Evinayong, pero mi propio idioma se queda corto para definir con
precisión los verdaderos colores, sabores y texturas que he experimentado con
mi tratamiento, y me faltan adjetivos para definir a las personas que se han puesto en mi camino, un camino de tierra roja.
Mi mente aun está procesando todos los estímulos a los que mis
sentidos la han expuesto.
Hasta el motivo que me ha llevado a Guinea ha cobrado otro sentido: yo iba
a enseñar y he vuelto enseñado.
África; una gran desconocida para muchos pero de la que todos creemos
saberlo todo: África es gente pobre que sufre mucho a la que debemos ayudar,
creemos. Pero sinceramente pienso que los que necesitamos ayuda somos nosotros.
Una
sociedad en la que las preocupaciones se basan en cubrir necesidades que
nosotros mismos hemos inventado no puede estar sana del todo. Una sociedad en
la que existen Ni-Nis debe de estar mal a la fuerza. Un lugar en el que importa
más tu foto de perfil que la verdadera imagen que das tiene que estar infectado.
Yo iba a ayudar, y me han ayudado a mí. Me han ayudado a ver la realidad, a
ver lo que el ser humano es capaz de hacer y hasta dónde puede llegar si le
quitas esas cuatro cosas que nos tienen encadenados por aquí arriba, en tierras
“desarrolladas”. Me han enseñado el valor del esfuerzo. Me han enseñado que la
fortaleza no es una cuestión de edad y que aún existen niños con esa chispa de
inocencia en los ojos, que respetan a los adultos y que escuchan lo que tienes
que decir porque no tienen una Nintendo DS© a la que están enganchados.
Sí, he visto pobreza, he visto gente que lo pasa mal, y he visto gente que
necesita ayuda, pero porque lo he visto con mis ojos de europeo, que no
conciben una cabaña como una vivienda digna, que si se pincha con una
chincheta se cree que siente un gran dolor y que se cree que su forma de vida es la más válida.
No es mi intención adoctrinar a nadie. No es mi intención decir que aquí todo es malo y allí todo es bueno. No tengo ninguna pretensión, solo digo que a veces es necesario desaprender para poder aprender y que para ver bien, hay que lavarse la cara.
África: sin frío. África; aún tiene mucho que mostrar.
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